«Cuando hablo de los salones y tertulias moscovitas me refiero a aquellos en los que reinó Pushkin hace algún tiempo; en los que se dejó oír la voz de los decembristas; en los que reía Griboiédov; en los que M.F. Orlov y A.P. Yermólov fueron bien acogidos por el hecho de haber caído en desgracia…»
Pasado y pensamientos, HERZEN
«Le dolían las piernas, como a todo hombre que no va donde quiere, sino en dirección contraria.»
La muerte del vazir-mujtar, TYNIÁNOV
Acercarse literariamente a la figura de Griboiédov requiere un ejercicio de talento, pero sobre todo de honradez. El héroe nacional, idolatrado en su muerte trágica, debía mostrarse desde una prudente distancia donde la realidad literaria se impusiera en una interpretación simbólica que contara lo que podría haber sido, mas no lo que fue. La leyenda nacional debía caer, había que trascender la épica de la leyenda para mostrarnos al hombre que precede al nombre.
Tyniánov, formalista ruso, enemigo de la oda fácil, del panfleto servil de la literatura soviética del momento, volcó su preocupación en el pasado en sincronía con su interés por el futuro: «Lo que yo pretendo es hallar la verdad del arte que aborda el pasado, que es siempre el objetivo del novelista histórico». Los estereotipos preexistentes en torno a la figura del héroe nacional, asesinado a los treinta cuatro años de edad en Teherán, fueron incontables desde su muerte. La generación del fallido movimiento decembrista a la que pertenece Griboiédov estaba preñada de futuro: Rusia, anquilosada en la servidumbre, en la férrea mano del padrecito zar, quería libertad. Sus élites, afrancesadas, suspiraban hacia Occidente mientras el pueblo empezaba a ser el espejo en el que cultivar un sentimiento nacional. La dicotomía Oriente-Occidente estaba servida y Griboiédov jugó un papel esencial. Tyniánov emprende así el desafío literario de narrar el último año de vida de Griboiédov, ministro plenipotenciario en Persia (vazir-mujtar) asesinado el 11 de febrero de 1829.
Marzo de 2021. Automática Editorial, la casa de las no-novedades editoriales, del anacronismo bien llevado, de la literatura que emerge sin pedir permiso, publica un inédito en español. Se trata de un clásico de la literatura rusa, una de las grandes novelas históricas del S.XX: La muerte del vazir-mujtar, de Tyniánov. Bajo una mirada atenta y amorosa, propia del artesano renacentista que vela por el arte de hacer bien las cosas, encontramos a Darío Ochoa, director de Automática Editorial. Junto a él, Fernando Otero Macías, traductor de traductores del ruso al español, traslada el texto de una orilla a otra. ¿Por qué publicarla ahora? Darío nos responde: «Era casi una obligación traerla al lector en habla hispana. Es una obra que, además, aglutina temas universales y que si bien fue escrita en 1928 para hablar de algo que sucedió un siglo antes, está plenamente vigente. Si a esto añadimos un retrato deslumbrante de un personaje fascinante que vivió en época crucial y un abrumador talento literario, pues tienes una obra de mucho calibre».
Seiscientas ochenta y tres páginas componen este gran fresco del S.XIX ruso. La muerte del vazir-mujtar tiene, para deleite y alivio del lector, una particular profusión de citas a pie que sirven de imprescindible guía por esta atípica novela histórica, compendio indispensable de la primera mitad del siglo XIX ruso. Cuando le preguntamos a Fernando Otero Macías por su proceso de traducción su respuesta es de obligada lectura:
En esta obra, las incontables referencias históricas, geográficas, literarias, etc., así como los numerosos términos tomados de terceras lenguas (farsi, sobre todo, pero también georgiano, armenio, turco, polaco, alemán, inglés, francés…), hacían necesario recurrir a las siempre enojosas citas a pie de página, para orientar mínimamente al lector español.
Sin duda, en estos casos se corre el riesgo de incurrir en el exceso de información y hasta en cierta pedantería. Es complicado encontrar el equilibrio: una vez que se decide identificar a un personaje histórico que aparece fugazmente en la novela, no hay motivos para no hacer lo mismo con otros que tienen una importancia (histórica o narrativa) análoga, y al final el peso de las notas puede acabar siendo abrumador. Pero confieso que personalmente, como lector, me gusta descubrir que, por ejemplo, unos versos polacos que se cantan en mitad de un banquete son del poeta clasicista Trembecki, o averiguar algo sobre, digamos, el pintoresco coronel hispano-ruso Joaquín Espejo. Creo que estas informaciones enriquecen la lectura, aunque es cierto que, a cambio, se sacrifica algo de ritmo y de espontaneidad, y que acaso el libro se recubre de una pátina de “academicismo” que a algunos lectores les puede molestar. Desde el punto de vista del traductor, la tarea no se vuelve más difícil, pues es evidente que hoy en día es relativamente sencillo encontrar información a raudales, pero sí más lenta (para desesperación de los sufridos y pacientes editores).
Por lo demás, el proceso de traducción de esta obra no ha presentado especiales dificultades desde el punto de vista lingüístico. Sobre todo, en lo tocante a la sintaxis: la prosa de Tyniánov se caracteriza por el predominio de las oraciones escuetas y los párrafos cortos, algo que, como traductor habituado a los interminables vericuetos de un Dostoievski, he agradecido especialmente. Las mayores complicaciones han venido de la mano de la técnica literaria del autor: la voz narrativa, por citar un ejemplo, resulta en ocasiones sumamente escurridiza; además, la audacia vanguardista de muchas de las imágenes ha supuesto un desafío para la traducción. En ese sentido, el arranque de la novela, una suerte de desasosegante poema en prosa plagado de metáforas y alusiones enigmáticas, me intimidó, y estuve tentado de renunciar al encargo. Felizmente, pronto vi que la obra adoptaba una línea narrativa algo más “convencional” y recuperé la fe en mi capacidad para trasladarla al castellano.
Gracias a la recuperada fe de Fernando Otero, para quien la traducción literaria es «sobre todo, una extensión de mi afición a la lectura», podemos contar hoy con La muerte del vazir-mujtar. Por la novela desfilan innumerables personajes: Pushkin, Chaadáiev, Paskévich o Fath Alí Sah, el sah de Persia, son solo algunos de los nombres que dan muestra del logro de Tyniánov al recuperar las vidas olvidadas de individuos que jugaron un papel esencial en la historia y la literatura. Los tres vértices en los que se mueve Tyniánov –historia, ficción y biografía literaria–, se conjugan aquí a la perfección para narrarnos el destino trágico de Griboiédov, tal y como explica Darío Ochoa:
«Diría que Tyniánov es un singular exponente del formalismo ruso. Encarna el espíritu del movimiento que, de alguna manera entiende la obra de arte como un sistema independiente, un artefacto con leyes inmanentes que emplea unas formas de lenguaje propias, distintas del lenguaje ordinario (que persigue transmitir un mensaje, con una intención funcional). El lenguaje poético-literario consigue, empleando herramientas estilísticas y formales, enfrentar al lector con un objeto extraño que rompe el automatismo interpretativo del lenguaje común y lo fuerza a reavivar la llama de la originalidad para descubrir su sentido. La muerte del vazir-mujtar es un buen ejemplo del esfuerzo artístico y estilístico de Tyniánov por alejarse de la convencionalidad, y en ese sentido es tan exigente consigo mismo como con el lector.
Creo que para Tyniánov sus novelas sobre personajes históricos constituyen un campo de experimentación donde aplicar sus teorías literarias; y en el que comienzan a fusionarse la investigación histórico-literaria, la biografía y la ficción. «
Marzo de 1828. La fama persigue a Griboiédov. Diplomático, poeta, dramaturgo, músico y ami-ennemi de Pushkin. Su obra de teatro, La desgracia de ser inteligente, corre de mano en mano, inaugurando el movimiento de los samizdat en Rusia. Esta comedia, polémica y original, está felizmente censurada. En los tiempos del zar Nicolás I la censura solo puede significar una cosa: la prueba incontestable de su valía. Tres hurras por Griboiédov, que parece ser llamado a erigir la cuna nacional de las letras rusas.
Las gafas son su seña de identidad. Las gafas son para Griboiédov lo que las patillas de Pushkin a su fama. Ambos se miden las fuerzas, se respetan desde la distancia. Son carismáticos, son poetas y son rivales. Pero Griboiédov lleva una carga más pesada sobre sus hombros: la diplomacia y el comme il faut que la acompaña. Griboiédov llega tarde a las letras, ¿o será que acaso no quiere llegar? Su flemática expresión es impostada. La ambición que le carcome es inmensa. Lo puede tener todo, la insatisfacción se acrecienta. Este es su último año de vida y Tyniánov sabe cómo finiquitarlo. Nos acerca a las gafas del diplomático y poeta, nos obliga a mirar a través de ellas, a fijar la mirada con detenimiento. Nos exige atención hasta el final, hasta el momento en que sus gafas estallan por el puñetazo de un mercader en Teherán.
«Dijo una vez un diplomático: todas las desgracias reales nacen de temores imaginarios. De ese modo trataba de definir su oficio».
Tyniánov se sentía atraído o bien por los personajes que mostraban una irremediable tendencia al fracaso, o bien por aquellos que se consideraban a sí mismos fracasados a pesar del éxito y del reconocimiento. Griboiédov, encorsetado en el traje diplomático, Sísifo de una generación prematura, destinado a Persia a pesar de su evidente rechazo, era «el personaje».
Tyniánov se confronta con el fenómeno literario a partir de las formas pero considerando las funciones, pues sabe que el vínculo entre ambas no es arbitrario. Su logro fue crear un mundo convincente, una imagen del pasado en su totalidad, aunque esta totalidad sea una ilusión. Quizá por ello la novela fue tachada de anacrónica. Los críticos soviéticos, alarmados ante la elusividad del narrador y la imposibilidad de sacar conclusiones ideológicas claras sobre la cosmovisión de Tyniánov, se lanzaron contra él. Anacrónica, abstracta, imprecisa… ¿Acaso puede encerrar esta crítica un mayor halago? El Nosotros guiamos vuestras plumas fue sepultado.
La tragedia de Griboiédov se impone en la prosa de Tyniánov. Y se impone precisamente porque hace caer al héroe nacional. Solo existe el hombre, no hay épica. Gorki dijo de ella: «Griboiédov es admirable, aunque lo cierto es que no esperaba encontrarlo así. Pero nos lo ha mostrado usted de un modo tan convincente que sin duda tuvo que ser así. Y, si no lo era, ahora lo será».
«La gente se arremolinaba a su alrededor, sin saber qué hacer para calmar su desasosiego (…). Eso es la fama».
Junio de 1829. Hubo un último encuentro entre Pushkin y Griboiédov. Un reencuentro a la altura de los dos ami-ennemis y del espíritu del momento. Pushkin dejó por escrito el testimonio de este instante en El viaje de Arzrum durante la campaña de 1829. Tyniánov, en La muerte del vazir-mujtar, cierra el círculo con ellos. «Griboied» se despide, «Griboied» vive; y la novela parece contener, como un epitafio, una advertencia, o quizá un consuelo, la máxima de Goethe recogida en Diván Occidental-Oriental: «Que no puedas terminar es lo que te hace grande».