La pregunta esencial que uno se plantea al comenzar el descubrimiento de una literatura tan rica y compleja como la rusa, es con qué autor u obra iniciar un viaje en el que sin duda el poder que posee esta cultura se manifestará con toda su intensidad y grandeza. Aparece así el nombre de Kropotkin como profeta al que acudir en busca de iniciación. Y es que, cuando entre tus manos encuentras, casi por casualidad, La literatura rusa. Los ideales y la realidad de Kropotkin, comienzas un viaje sin retorno a una cultura en la que lo mágico y trágico tiene cabida por igual. Rusia, ese vasto territorio de zares y servidumbre, dio lugar a una rica tierra donde los genios descubrieron que su opresión y sombría existencia podían ser el motor de un cambio imparable. De su terrible sino supieron sacar el jugo amargo y rico que caracteriza la vida. Héroes de su tiempo, capaces y, sobre todo, librepensadores, cuya grandeza radicó en la férrea esperanza por completar la misión que se les encomendó: libertar a un pueblo que vivía sumido en la ignorancia y la miseria.
La literatura rusa tiene una corta existencia si la comparamos con los siglos de tradición que poseen las culturas de Shakespeare o el Quijote. Sin embargo, despertó con fuerza en un siglo en el cual había que ayudar al pueblo a transitar desde el Medievo hasta la Edad Contemporánea; de ahí su innegable sentido de humanidad. No fueron pocos los que arriesgaron su libertad y su vida en pro de esta misión, y entre ellos figura Kropotkin. Gran teórico del anarquismo, humanista y revolucionario, nació en el seno de una familia de la alta aristocracia rusa, pero pronto apareció en él un carácter rebelde dispuesto a cuestionar el régimen establecido. Fue temido por el caduco zarismo, que lo detuvo en reiteradas ocasiones y consiguió apresarlo. Huyendo a diferentes países, consagró la que sería su posición internacionalista junto con su activismo político dentro y fuera de las fronteras rusas. Kropotkin es un ejemplo de idealismo y coherencia, demostrando que ambos conceptos no deben ni tienen que estar reñidos entre sí.
Aún muy desconocido entre los lectores de nuestro país, Kropotkin llegó hace tan sólo unos meses de la mano de La Linterna Sorda con la primera edición de La literatura rusa. Los ideales y la realidad en España. Este ejemplar, recopilado tras un ciclo de conferencias que impartió el gran pensador en 1901, nos invita a participar en una enciclopédica búsqueda de la identidad rusa y su personalidad, algo insólito e imprescindible para todo aquel que quiera iniciarse en el universo del Siglo de Oro ruso. Con una brillante introducción a cargo de Ana Muiña, la obra de Kropotkin queda completamente ilustrada gracias a los documentos inéditos y las imágenes que lo acompañan. La carta inédita que él mismo dirigió a su editor, o sus prefacios a la primera y segunda edición, constituyen un magnífico comienzo para el navegante no iniciado. Desde la antigua literatura popular, con su folclore, cantos y leyendas; pasando por la historia y la biografía de los grandes del Siglo de Oro, Kropotkin comienza la desafiante labor de contarnos el nacimiento de la literatura rusa.
Entre los nombres que desfilan, no sólo cabe el perfeccionamiento de la lengua rusa a cargo de Pushkin o Gógol, la poesía valiente y trágica de Lermóntov, sucesor indiscutible de Pushkin, también alienta al lector a adentrarse en sus poderosos versos. El turno llega más tarde a los grandes, los reconocidos por todos: Turguénev, Tolstói y Dostoievski. La fina crítica de Kropotkin, mezclando datos biográficos e históricos con sus narraciones, aporta a la lectura una atmósfera única, enriquecida por los fragmentos más significativos de las obras a las que se refiere. Resurge así el interés por la literatura en mayúsculas, por la necesaria labor de las letras. A medio camino entre la descripción objetiva de los clásicos y la crítica literaria, Kropotkin no se propone en ningún caso aleccionarnos ni dirigirnos hacia un autor determinado. Sienta las bases y dibuja fielmente el bello retrato de la literatura rusa, dejando al lector la veda abierta para sus propias conclusiones. El oblomovismo de Goncharov, los cuentos y los héroes de acción de Gorki, así como el teatro de Moscú y la literatura política. En este bello retrato de Kropotkin tienen cabida todos sus contemporáneos, que acompañaron al pensador anarquista en un siglo que buscaba respuestas eternas.
Y es que acercarse a la literatura rusa es aproximarse a una ventana abierta al abismo, a través de la cual, como afirma Antonio Fernández Escobés, lo importante no es ver, sino oír:
Si un occidental se asoma a esa lejana ventana abierta de las Letras Rusas, no puede reprimir un gesto de asombro y horror: se ha asomado a un abismo (…). Si es un occidental apoltronado, cerrará la ventana, arrojará el libro ruso y buscará otro que no hiera su sensibilidad, sino que la narcotice o, cuando más, que la acaricie con el leve amargor de un aperitivo. Las Letras no son para él espejo, crisol, ni escuela, sino rayo de sol abrileño, suave, tranquilo. De pedir algo al arte, le pide esencia puramente artística, el arte por el arte. Si hay en su casa un cuadro, será un bodegón o una naturaleza muerta. Pero, ¿qué se consigue cerrando la ventana? El abismo existirá, aunque los ojos no lo vean. Hay que saltar por la ventana, hay que acercarse al abismo. (…) Por los senderos encontrará a miles de aquellos personajes desequilibrados. Si no los sondea, pasarán a su lado como pingajos, como rebaño (…) Pero si les habla, si penetra en su interior, sabrá qué maravilloso mundo interno vive en ellos. Lo importante de esta gente sin norte no es lo que muestran, sino lo que esconden. Así que cuando el occidental les haya desnudado el alma, se apercibirá del verdadero sentido de las Letras Rusas. La ventana abierta no es para ver, sino para oír.