Si el lugar del que somos y el lugar en el que nos criamos forja nuestro carácter, yo nací por segunda vez el 21 de diciembre de 1999 en el vuelo PS991 Kiev-Barcelona. El resto es repetir la historia.
Somos seres de palabra autobiográfica, nos autorrelatamos. Y desde ese punto de partida que es la expresión del yo, de la necesidad del escribo, luego existo, parte la primera novela de Margaryta Yakovenko: ‘Desencajada’. La autora, trascendiendo las fronteras de su propia historia de migración, nos narra el éxodo familiar de Daria Kovalenko Petrova. Hija de la Perestroika, pero también de una España que simulaba ser la tierra prometida que nunca fue, Daria se mueve en busca del origen de la pérdida, de una nostalgia que debe desentrañar.
En ‘Desencajada’ encontramos un relato de profunda sapiencia luminosa, un canto a la vida desde el desgarro, una búsqueda de la identidad honesta, sin ambages ni florituras. Su prosa, que nos remite a la lírica de Anne Carson, a la contundente literatura documental de Svetlana Aleksiévich o a la ficción de Zadie Smith, nos muestra también los grandes fracasos de finales del siglo XX y principios del XXI: el de la Unión Soviética y el de la sociedad occidental que colapsa hoy.
Desde Cuna Literaria recibimos a Margaryta Yakovenko para que nos cuente cómo se forjó esta historia:
¿Por qué era necesario narrar ‘Desencajada’?
Para mí leer siempre ha sido una forma de solucionar problemas y buscar respuestas. Hace unos años, cuando entré en una crisis de identidad muy fuerte, me puse a buscar en los libros experiencias de migración parecidas a la mía. No encontré nada de migrantes que vivían en España. Así como en EEUU o Francia o Reino Unido sí hay una línea de autores que han tratado estos temas sin reparos, España está muy verde cuando se trata de dar voz a los migrantes. No sé si porque esas historias no interesan o porque aún no ha habido una explosión de autores que traten el tema. La historia de ‘Desencajada’ es en realidad un conjunto de reflexiones y experiencias que, sin ser completamente lo que yo he vivido, sí creo que encaja bastante en un relato más universal migratorio. Era necesario desmitificar muchos bulos de la migración en España, explicar la crudeza de la experiencia pero a la vez que puede ser una bendición. Acabar buscando la patria dentro de uno mismo y fuera de las fronteras es la mayor apertura de mente que podemos tener para superar los conflictos nacionalistas.
Terminaste de escribir ‘Desencajada’ durante el Estado de Alarma causado por la crisis del coronavirus, ¿cómo fue el proceso de escritura en un momento de tanta incertidumbre y alarma social?
Fue un salvavidas. Estuve escribiendo ‘Desencajada’ hasta mitades de abril, en la parte más dura del confinamiento mientras seguía trabajando. Mis días consistieron en un encierro aún más severo: por las mañanas escribía desde que me levantaba y por las tardes trabajaba hasta las 22:00. Al día siguiente, vuelta a empezar. Lo verdaderamente complicado empezó cuando acabé de escribir el libro. Cuando recibí el visto bueno de mis editores, me puse a llorar durante media hora y hasta que no acabó el confinamiento no pude escribir ni una palabra más de ningún otro tema.
Barriendo hacia el lado eslavo, ¿»Todos hemos salido del capote de Gógol»? ¿Cuál es la genealogía literaria de Margaryta Yakovenko?
En realidad yo me crié entre los libros de la biblioteca de Los Alcázares, un pequeño pueblo de playa de Murcia. Leía de todo. Desde Manolito Gafotas hasta los libros de Harry Potter. A los diez años acabé de leer todos los libros de la sección infantil y juvenil y me pasé a los adultos. Recuerdo que me encantaba Agatha Christie. En el instituto me dio muy fuerte por la novela estadounidense: Palahniuk, Bukowski, Amis, Roth… todo ese realismo sucio que me ha enseñado a condensar en frases cortas un puñetazo. A los clásicos rusos no llegué hasta la universidad y me alegro: si hubiera cogido ‘Resurrección’ con 15 años ni lo habría entendido ni lo habría disfrutado.
«La memoria se desvanece, la memoria se ajusta, la memoria se conforma a lo que pensamos que recordamos», escribe Joan Didion. En ‘Desencajada’ la reconstrucción de los recuerdos de una niña que partió de Ucrania cuando tenía 7 años es uno de los ejes principales de la novela. Daria Kovalenko reflexiona en varios capítulos sobre la fragilidad de su memoria, la fragmentación, la subjetividad de cada miembro de la familia en los recuerdos comunes.
Es curioso vivir una anécdota con varias personas y unos años después preguntar sobre ella y pedir que cada persona la relate: el relato no será el mismo. La memoria es tan fragmentaria, influyen tantos factores que no tienen que ver con el hecho en sí sino en cómo te encontrabas en esa situación, que al final el relato que creas, los huecos de ese relato que rellenas en tu cabeza, son únicos. Eso también quiere decir que es imposible que escribas las cosas tal y como sucedieron, siempre habrá ficción en el relato.
El epígrafe de ‘Desencajada’ recoge una cita de Anne Carson, última Premio Princesa de Asturias de las Letras. La influencia de la poeta canadiense es evidente, actuando como fuerza poética que culmina hacia el final de la obra, ¿por qué ella?
Descubrí a Anne Carson cuando Antonio J. Rodríguez me regaló un ejemplar de ‘La belleza del marido’. Quedé completamente fascinada. Después he estado leyendo todo lo que hay publicado de ella en español. Me parece una escritora única y singular. Admiro su forma de relatar la historia, sus ideas lúcidas, su forma de interrelacionar conceptos, épocas, culturas y tradiciones literarias. Probablemente sea mi poeta favorita y creo que es la mejor poeta viva en este momento.
Se hace referencia al síndrome de Ulises que sufre la protagonista en el éxodo familiar al que se ve abocada a causa de la Perestroika. Hay una analogía clave que realiza Daria, la protagonista, entre el retorno del Ulises homérico y ella misma.
El síndrome de Ulises suele producirse cuando la migración ha sido terriblemente traumática. Aunque la vida de Daria y sus padres no ha sido un camino fácil, no es una migración como la de los refugiados que se echan a las pateras, cuando tus probabilidades de morir ahogado o ser deportado son más altas que las de tener éxito e iniciar una nueva vida. Con respecto al relato homérico, me interesaba cómo se presenta en la Odisea ese camino a casa, porque Ulises lo que más desea es volver a su hogar. Pero cuando pasas tanto tiempo fuera, ¿a qué hogar vuelves? Es de lo que no se habla en la Odisea: se da por asumido que tu hogar permanece, pase lo que pase, y eso no es posible porque ni siquiera tú eres la misma persona que abandonó su tierra.
¿Estamos ante una autobiografía en forma de novela? ¿O por el contrario se trata de una ficción, de una novela del yo en la que Margaryta Yakovenko se convierte en la protagonista de una historia fabulada?
Aunque Daria podría ser yo, no soy yo. Le he dado parte de mis pensamientos y algunos de mis recuerdos más íntimos pero sus actos no son mis actos. Su forma de ver a sus padres, su viaje de retorno, su búsqueda de la identidad enfermiza en algunos puntos o los lazos que ha cortado con su pasado, la verdad es que todo eso está muy lejos de mi vida. Viajo a Ucrania cada año, tengo una relación familiar excelente, vivo entre dos países y no tengo ganas de abandonar ninguno para reafirmarme como ser humano. Eso no quiere decir que no ocurra. Las experiencias migratorias son tan distintas como sus protagonistas.
La dialéctica de Daria se forja entre dos visiones de la vida que ella interpreta como opuestas: la de su padre y la de su madre. Mientras que el primero tiende al movimiento, la madre se afirma en el fatum. De esta tensión permanente parece nacer el horizonte de Daria, que se encuentra a medio camino entre el «hay que moverse» del padre y la serenidad de una madre que tiene la certeza de que todo está ya escrito.
Daria es tan presa del comportamiento de sus padres como lo somos todos. Cuando tu ejemplo de comportamiento son dos personas tan diferentes a las que les cuesta ponerse de acuerdo a la hora de interpretar la vida, sientes que tu mundo se desestabiliza al mínimo soplo de aire. Lo que podría ser una buena forma de solucionar los conflictos del día a día, de interpretar las situaciones de acuerdo al inmovilismo materno o a las ansias de movimiento paternas según convenga en cada situación, a ella no le funciona. Se siente perdida. En vez de sacar lo positivo de ambos carácteres, ella no sabe qué hacer ni cómo afrontar su presente.
El dolor es otra de las fuerzas actanciales en la novela. El dolor en su forma física y psicológica. En el caso de la enfermedad crónica -migraña- que sufre la protagonista, ésta llega a afirmar que «El aviso le quita parte de gracia al sufrimiento», refiriéndose a la diferencia entre la migraña que causa una ceguera inicial anunciadora del posterior dolor y la migraña que sobreviene sin previo aviso. Esto recuerda a la afirmación de Dostoievski sobre cómo la epilepsia terminaba siendo su fortaleza, su fuerza creadora para escribir; más que una enfermedad que le limitara creativamente.
No te voy a mentir, las reflexiones acerca de la migraña no son ficción. Creo que mi primer ataque de migraña lo tuve a los 15 años. Me asusté muchísimo, aún hay ataques en los que me asusto porque pienso que me está dando un derrame cerebral. Es un dolor tan intenso, tan incapacitante que no te quedan más opciones que tomarte una pastilla y tumbarte en la cama y abrazar el dolor. No puedes luchar contra ello. Lo he acabado aceptando a lo largo de los años. En mi caso, las migrañas suelen ir precedidas de episodios estresantes en mi vida o de días de mucha carga laboral. Cuando ocurren, sé que no es más que mi cuerpo o mi cabeza diciéndome: para. Debes parar. Debes dejar de pensar. Debes descansar. La vida no es correr y correr, para y observa. No considero que me ayuden creativamente, solo son un aviso de que necesito un descanso, de que soy humana. A veces, producir, producir y producir nos hace imaginarnos invencibles cuando no somos más que carne y hueso, uno de los mamíferos más frágiles de la Tierra. El dolor lo confirma.
Por último, si quisiéramos conocer la historia de la Ucrania postsoviética, ¿qué obras nos recomendarías?
Creo que lo mejor que se ha escrito sobre el mundo postsoviético y los últimos años del régimen es la magnánima obra de entrevistas de Svetlana Alexievich. No escribe de Ucrania específicamente pero su obra engloba Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Sirve también para entender lo que está ocurriendo actualmente en Bielorrusia y lo terrible que puede llegar a ser si todo acaba como acabaron las protestas de 2014 en Ucrania. Que esperemos que no. Europa no se puede permitir más derramamientos de sangre.
Autor: Margaryta Yakovenko. Título: Desencajada. Editorial: Caballo de Troya, 2020. Compra la novela en: Todostuslibros